BUSQUEDAS TAURINAS

Búsqueda personalizada

domingo, 29 de junio de 2008

CON EL ALMA DE UN TORO, desde Mexico


Alfonso López
www.exonline.com.mx

Manolete, el hombre que mató muriendo y murió matando, es el máximo ídolo de José Tomás, el artista plástico, un matador capaz de pasar a un toro por el ojo de la aguja de su cuerpo y robar el alma de los espectadores que siempre terminan rendidos ante su maestría y ese valor único

Se llama José Tomás Román Martín, nació en la madrileña población de Galapagar, anda cerca de cumplir los 33 años de edad, ha sido un revolucionario del toreo desde la alternativa, en 1995, hasta un primer retiro, en 2002, y lo sigue siendo desde que regresó, el año pasado.

De un carácter muy introvertido excepto con sus amigos, amante de la reclusión y del silencio, alérgico a tratar con los comunicadores, en este retorno se ha vuelto un revulsivo que era de lo más necesario para la fiesta brava, y sus triunfos, en España, México y Francia, así como sus varios percances, han motivado llenos impresionantes en casi todas las plazas en las que se presenta.

Y es que, aun cuando todos los toreros, hasta los que no exponen ni un alamar de su terno, están retando a la muerte y, por ello, todos merecen respeto, hay quienes llevan al mayor de los extremos ese reto y ese es el caso del joven de Galapagar.

Porque, como revolucionario indiscutible del arte del toreo y, en consecuencia, al estar pisando continuamente terrenos del toro que nadie se había atrevido a pisar antes, José Tomás reta a la muerte en cada lance y en cada pase que, además, los ejecuta con un arte inconmensurable.

Ello trae a la memoria tres historias, en las que hubo retos a la muerte muy parecidos a los actuales del madrileño.

La primera, de Juan Belmonte, el llamado Pasmo de Triana, quien, cuando alguien le dijo, por los terrenos que pisó, que sólo le faltaba morir en el ruedo, para hacer más grande todavía su brillante historial, sólo contestó: “Se hará lo que se pueda”.

Sin embargo, en ese caso, los innegables retos del torero a la muerte no “prosperaron” y ésta pudo llevárselo hasta cuando, ya setentón y, según algunos por una enfermedad incurable y, según otros, por una decepción amorosa, Juan atrajo a la muerte mediante un certero escopetazo.

Como contraste, está la historia de uno de los toreros más sabios y más completos, pues ejecutaba a la perfección y con suma habilidad todas las suertes.

Era José Gómez Ortega, Gallito o Joselito, pero, en este caso, quien retó a la muerte fue la madre del torero, la viuda de Ortega, que era bailadora de flamenco, bailaora, vaya, pues dijo:

“Para que a mi hijo lo mate un toro tendría que lanzarle un cuerno.”

Por desgracia, esa vez la muerte aceptó el reto y, además, el extraordinario torero murió en plena juventud, herido en Talavera de la Reina por un toro llamado Bailador, sí, Bailador, y que llevaba el hierro de una ganadería que se anunciaba como Viuda de Ortega, sí, Viuda de Ortega.

¡Caray con la muerte!, ¿verdad?

Por desgracia, en el caso de otro revolucionario del toreo, otro que se atrevió a pisar los terrenos del toro, la muerte sí aceptó su reto.

Él era, además de un monumento al estoicismo, una estatua que toreaba, como lo es José Tomás hoy, un hombre de acrisolada honradez porque, por ejemplo, cuando alguien le dijo que por qué se jugaba la vida en esa forma en la placita de un pueblucho, recibió como respuesta un:

“¿Qué, estos no han pagado su boleto?”

Y, claro, una entrega tal le costó la vida, “al matar muriendo y al morir matando”, como acertadamente lo describió algún poeta, a Manuel Rodríguez Sánchez, Manolete, por cierto, el máximo ídolo de José Tomás.

Ahora, si de frases hablamos, hay una acerca del no sólo Príncipe, sino Rey de Galapagar, que refleja exactamente lo que es José Tomás en su toreo.

Ello porque, al haberle preguntado al matador Luis Francisco Esplá qué es el valor, la respuesta, como un tiro, fue:“El valor es el sitio donde se pone José Tomás.”

Y como han sido poquísimas las entrevistas que él ha concedido en su vida, de la que le hizo en Madrid la escritora Almudena Grandes, poco antes del retorno del espada a los ruedos, me atrevo a citar algunas frases del enigmático torero:

“Hay que contar con la posibilidad de morir, hay que estar dispuesto a eso. Y hay que tener miedo, aprender a superarlo, a gestionarlo, porque no se puede ignorar. Es una locura renunciar a él”.

Con respecto a su tauromaquia, el de Galapagar, en esa entrevista, la redujo a términos muy simples, aunque a ver quién puede cumplirlos al pie de la letra: “Si te pones delante del toro y quieres, y mandas, no te coge; si en un pase el toro se te cuela, en el siguiente hay que cruzarse más, irse más para adelante”.

Es decir que, como buen revolucionario, el madrileño contradice a esa otra ortodoxa tauromaquia que decía: “Si te pones en los terrenos del toro, si no te quitas tú, te quita el toro”.

Lamentablemente, su tauromaquia le ha fallado muchas veces, al grado de poder decirse que si, por una parte, tiene a la gente con el alma en un hilo, por otra, él está con el alma en un toro.

Y ello no sólo en los ruedos, sino hasta en las plazas de tienta y tanto en este retorno como en sus inicios ya de matador de toros y no se diga en la de novillero.

Muchas de cuyas tardes, por cierto, fueron aquí en México, al grado de haber recibido varias cornadas, de las muy graves, antes de recibir la alternativa, en la plaza de toros más grande del mundo, en 1995 y a manos de Jorge Gutiérrez.

Sobrino del famoso ganadero Victorino Martín y nieto de ese don Celestino Román, que era, según lo decía, “taxista, pero de toreros”, y lo hizo dejar el futbol para que se dedicara a la lidia de reses bravas, nació el 20 de agosto de 1975.

Becerrista en 1989, novillero ya con picadores en 1992, se presentó en Madrid en 1995 y fue la primera de sus puertas grandes de Las Ventas, de donde ha salido seis veces más ya como matador y, en este retorno, una más, el 5 de junio de este año, al haber cortado cuatro orejas.

Y podrían haberlo alzado también en hombros el 15 de junio, tarde ésta en la que recibió tres cornadas, no graves desde luego, pero que no fueron como para quedarse hasta matar a su segundo toro y poder llevarse a la enfermería las bien ganadas dos orejas y, a pesar de las cornadas, no tarda en reaparecer.

Doctorado en 1995 en la México, confirmó alternativa en Madrid en 1996 y, estando en la cumbre, una tarde de 2002, en Murcia, decidió retirarse.

Su retiro originó gran cantidad de versiones avivadas aún más por el habitual hermetismo del torero.

Se dijo que había sido por miedo a morir en el ruedo, porque se había impregnado de un misticismo de los orientales, ¡hombre!, hasta se comentó que era gay.

Algo esto último claramente desmentido, si se sabe algo de la vida privada del torero al lado de su novia de hace mucho tiempo.

Torero que, rara avis, no entra a rezar a las capillas de las plazas antes de los festejos, no lleva ni medallas ni imágenes consigo, hombre enigmático al grado que uno de los libros a él dedicados se llama precisamente Rituales de un Enigma, es de desear que persista en su empeño en beneficio del espectáculo taurino al que está contribuyendo para revitalizarlo, algo que mucho se necesita.

Y, como ya es hora de rematar, procede hacerlo con una frase de José Tomás, la de “vivir sin torear no es vivir”.

Eso sí, esperemos que nunca nadie se vea obligado a parafrasearlo diciendo: “Morir toreando, también es vivir”, lo que, en el caso del formidable torero, dado lo que hace en los ruedos, no tendría nada de extraño, pero ojalá eso no suceda nunca.
El auto tenía el motor encendido mientras el tiempo para llegar a la plaza se extinguía. Dentro de la hacienda, sin prisa alguna, el matador alimentaba a sus perros... “No sé si vuelva y quiero que coman”, dijo José Tomás, el hombre cuya sensibilidad y valor han revolucionado el toreoCon el alma en un toro

Manolete, el hombre que mató muriendo y murió matando, es el máximo ídolo de José Tomás, el artista plástico, un matador capaz de pasar a un toro por el ojo de la aguja de su cuerpo y robar el alma de los espectadores que siempre terminan rendidos ante su maestría y ese valor único

Se llama José Tomás Román Martín, nació en la madrileña población de Galapagar, anda cerca de cumplir los 33 años de edad, ha sido un revolucionario del toreo desde la alternativa, en 1995, hasta un primer retiro, en 2002, y lo sigue siendo desde que regresó, el año pasado.

De un carácter muy introvertido excepto con sus amigos, amante de la reclusión y del silencio, alérgico a tratar con los comunicadores, en este retorno se ha vuelto un revulsivo que era de lo más necesario para la fiesta brava, y sus triunfos, en España, México y Francia, así como sus varios percances, han motivado llenos impresionantes en casi todas las plazas en las que se presenta.

Y es que, aun cuando todos los toreros, hasta los que no exponen ni un alamar de su terno, están retando a la muerte y, por ello, todos merecen respeto, hay quienes llevan al mayor de los extremos ese reto y ese es el caso del joven de Galapagar.

Porque, como revolucionario indiscutible del arte del toreo y, en consecuencia, al estar pisando continuamente terrenos del toro que nadie se había atrevido a pisar antes, José Tomás reta a la muerte en cada lance y en cada pase que, además, los ejecuta con un arte inconmensurable.

Ello trae a la memoria tres historias, en las que hubo retos a la muerte muy parecidos a los actuales del madrileño.

La primera, de Juan Belmonte, el llamado Pasmo de Triana, quien, cuando alguien le dijo, por los terrenos que pisó, que sólo le faltaba morir en el ruedo, para hacer más grande todavía su brillante historial, sólo contestó: “Se hará lo que se pueda”.

Sin embargo, en ese caso, los innegables retos del torero a la muerte no “prosperaron” y ésta pudo llevárselo hasta cuando, ya setentón y, según algunos por una enfermedad incurable y, según otros, por una decepción amorosa, Juan atrajo a la muerte mediante un certero escopetazo.

Como contraste, está la historia de uno de los toreros más sabios y más completos, pues ejecutaba a la perfección y con suma habilidad todas las suertes.

Era José Gómez Ortega, Gallito o Joselito, pero, en este caso, quien retó a la muerte fue la madre del torero, la viuda de Ortega, que era bailadora de flamenco, bailaora, vaya, pues dijo:

“Para que a mi hijo lo mate un toro tendría que lanzarle un cuerno.”

Por desgracia, esa vez la muerte aceptó el reto y, además, el extraordinario torero murió en plena juventud, herido en Talavera de la Reina por un toro llamado Bailador, sí, Bailador, y que llevaba el hierro de una ganadería que se anunciaba como Viuda de Ortega, sí, Viuda de Ortega.

¡Caray con la muerte!, ¿verdad?

Por desgracia, en el caso de otro revolucionario del toreo, otro que se atrevió a pisar los terrenos del toro, la muerte sí aceptó su reto.

Él era, además de un monumento al estoicismo, una estatua que toreaba, como lo es José Tomás hoy, un hombre de acrisolada honradez porque, por ejemplo, cuando alguien le dijo que por qué se jugaba la vida en esa forma en la placita de un pueblucho, recibió como respuesta un:

“¿Qué, estos no han pagado su boleto?”

Y, claro, una entrega tal le costó la vida, “al matar muriendo y al morir matando”, como acertadamente lo describió algún poeta, a Manuel Rodríguez Sánchez, Manolete, por cierto, el máximo ídolo de José Tomás.

Ahora, si de frases hablamos, hay una acerca del no sólo Príncipe, sino Rey de Galapagar, que refleja exactamente lo que es José Tomás en su toreo.

Ello porque, al haberle preguntado al matador Luis Francisco Esplá qué es el valor, la respuesta, como un tiro, fue:

“El valor es el sitio donde se pone José Tomás.”

Y como han sido poquísimas las entrevistas que él ha concedido en su vida, de la que le hizo en Madrid la escritora Almudena Grandes, poco antes del retorno del espada a los ruedos, me atrevo a citar algunas frases del enigmático torero:

“Hay que contar con la posibilidad de morir, hay que estar dispuesto a eso. Y hay que tener miedo, aprender a superarlo, a gestionarlo, porque no se puede ignorar. Es una locura renunciar a él”.

Con respecto a su tauromaquia, el de Galapagar, en esa entrevista, la redujo a términos muy simples, aunque a ver quién puede cumplirlos al pie de la letra: “Si te pones delante del toro y quieres, y mandas, no te coge; si en un pase el toro se te cuela, en el siguiente hay que cruzarse más, irse más para adelante”.

Es decir que, como buen revolucionario, el madrileño contradice a esa otra ortodoxa tauromaquia que decía: “Si te pones en los terrenos del toro, si no te quitas tú, te quita el toro”.

Lamentablemente, su tauromaquia le ha fallado muchas veces, al grado de poder decirse que si, por una parte, tiene a la gente con el alma en un hilo, por otra, él está con el alma en un toro.

Y ello no sólo en los ruedos, sino hasta en las plazas de tienta y tanto en este retorno como en sus inicios ya de matador de toros y no se diga en la de novillero.

Muchas de cuyas tardes, por cierto, fueron aquí en México, al grado de haber recibido varias cornadas, de las muy graves, antes de recibir la alternativa, en la plaza de toros más grande del mundo, en 1995 y a manos de Jorge Gutiérrez.

Sobrino del famoso ganadero Victorino Martín y nieto de ese don Celestino Román, que era, según lo decía, “taxista, pero de toreros”, y lo hizo dejar el futbol para que se dedicara a la lidia de reses bravas, nació el 20 de agosto de 1975.

Becerrista en 1989, novillero ya con picadores en 1992, se presentó en Madrid en 1995 y fue la primera de sus puertas grandes de Las Ventas, de donde ha salido seis veces más ya como matador y, en este retorno, una más, el 5 de junio de este año, al haber cortado cuatro orejas.

Y podrían haberlo alzado también en hombros el 15 de junio, tarde ésta en la que recibió tres cornadas, no graves desde luego, pero que no fueron como para quedarse hasta matar a su segundo toro y poder llevarse a la enfermería las bien ganadas dos orejas y, a pesar de las cornadas, no tarda en reaparecer.

Doctorado en 1995 en la México, confirmó alternativa en Madrid en 1996 y, estando en la cumbre, una tarde de 2002, en Murcia, decidió retirarse.

Su retiro originó gran cantidad de versiones avivadas aún más por el habitual hermetismo del torero.

Se dijo que había sido por miedo a morir en el ruedo, porque se había impregnado de un misticismo de los orientales, ¡hombre!, hasta se comentó que era gay.

Algo esto último claramente desmentido, si se sabe algo de la vida privada del torero al lado de su novia de hace mucho tiempo.

Torero que, rara avis, no entra a rezar a las capillas de las plazas antes de los festejos, no lleva ni medallas ni imágenes consigo, hombre enigmático al grado que uno de los libros a él dedicados se llama precisamente Rituales de un Enigma, es de desear que persista en su empeño en beneficio del espectáculo taurino al que está contribuyendo para revitalizarlo, algo que mucho se necesita.

Y, como ya es hora de rematar, procede hacerlo con una frase de José Tomás, la de “vivir sin torear no es vivir”.

Eso sí, esperemos que nunca nadie se vea obligado a parafrasearlo diciendo: “Morir toreando, también es vivir”, lo que, en el caso del formidable torero, dado lo que hace en los ruedos, no tendría nada de extraño, pero ojalá eso no suceda nunca.