BUSQUEDAS TAURINAS

Búsqueda personalizada

martes, 1 de julio de 2008

José Tomás, el desamparo original desde México


José Cueli
La jornada

Las pasiones que genera José Tomás repercutieron hasta en la revista dominical de crítica de arte del periódico New York Times. Todo ello debido a la apoteosis alcanzada en las corridas de aniversario de la plaza de Las Ventas madrileña. Muy difíciles ha dejado la papeleta del torero nacido en Galapagar al resto de la torería. El diestro madrileño se dio gusto al realizar ante los ojos atónitos de los aficionados, el enlace enigmático entre la vida y la muerte. La convalidación del develamiento del destino que paraliza. El propósito del enigma por vivir y morir y lo más importante, lo que vendrá. Más exactamente, por predecir ese limbo donde brillan los significados del destino; creación artística con el toro bravo o cornada, o lo más común, el fracaso.

En José Tomás se vive la identificación del aficionado con el torero. Juego con los pitones de los toros, para no gritar el dolor en el vacío. Toreo único en la línea del tiempo. Punto preciso donde puede surgir la creación. Al esperar la embestida del toro con los pies hundidos en la arena del redondel y recrear con las muñecas, cruzado a pitón contrario, el pase natural, marcando los tres tiempos, parar, templar y mandar, mientras los pitones se llevan la seda del traje de luces o se hunden en las carnes, en el remate en el auténtico forzado de pecho hacia adentro.

El tiempo del paso natural sin pensar, un hoyo de pensamiento, un instante sin lenguaje en el que José Tomás se abismaba en un hoyo y transmitía a la plaza llena a reventar todas las emociones vividas. Dejando que el lenguaje le cediera su lugar al cuerpo para que hablara en su lugar. Magia torera que britaba de lo inesperado de la creación y era la emoción que brinda el toreo, aunada a la belleza.

José Tomás se vaciaba de todo el exceso que lo habitaba. Cada pase en ese transe lo instalaba en la parte de muerte que ocultaba. O sea había muerte en el deseo. El torero madrileño tenía la chispa que fusionaba el deseo y la muerte y cuyo fruto era la belleza, como en la primera de las corridas toreadas, o la cogida en su segunda actuación, la estética de la carne desgarrada que mostraba sus entrañas: el desamparo original.

Cuando los médicos todavía no terminaban de coser las tres cornadas que recibió el domingo pasado José Tomás en Madrid, Joaquín Sabina empezó a escribir un exaltado soneto en honor del diestro, que apareció en la prensa ibérica del día siguiente. En los versos finales, el cantautor andaluz subrayó la unanimidad obtenida por el diestro de Galapagar en el ánimo del público gracias sus estoicas faenas.

Tomás, anotó Sabina, “puso de acuerdo a los del 7, a los del 9, a los del 10, a los del 11 y a la madre que los parió”, nombrando a los aficionados de los tendidos más representativos de Las Ventas: los del 7, que tienen fama de exigentes y belicosos, y los del 9 y del 10, que o son villamelones o se pasan de buenos, porque acuden como invitados de los toreros, los ganaderos y los empresarios, cosa que los vuelve discretos, incluso ante la mansedumbre de las reses y la falta de pundonor de los matadores.

La gracia del soneto de Joaquín Sabina es que habla del tendido 11, que en realidad no existe y que en el poema alude simbólicamente a todos los taurinos del mundo y “a la madre que los parió”. ¿Pero a qué unanimidad se refiere el músico y versificador, que en su adolescencia también se vistió de luces? Obviamente a la grandeza que, en términos de valor y de entrega, adquirió Tomás, luego de enfrentarse a dos mansos de imponente cornamenta y no arredrarse nunca, si siquiera después de haber sufrido las tres cornadas del segundo toro en las piernas.

¿Enfermo mental con tendencias suicidas o artista del toreo? Al paso de los días, a medida que se apagan las emociones derivadas de la proeza, algunos críticos taurinos, como el hispanocentrista Antonio Lorca, han tratado de crear polémica acerca de la predisposición del torero al sufrimiento físico y su indiferencia al dolor, como lo testimonió uno de los médicos de Las Ventas, al referir que ese día el diestro ingresó en la enfermería sin quejarse y “con 70 pulsaciones por minuto”, como si no le diera importancia a lo que le había ocurrido.

El debate se inclinó, a fin de cuentas, del lado de quienes argumentaron que antiguamente los toreros salían “a triunfar o a morirse”, algo que hoy pocos recuerdan, y que acaba de aprender, por ejemplo, el joven Miguel Tendero, aspirante a figura, quien el sábado en el coso de Albacete sufrió un maro-món, golpeándose con fuerza la nuca y el cuello, lo que minu-tos después le causó dos paros cardiorespiratorios, de los que por fortuna se recuperó sin consecuencias.

Mientras tanto, signo de los tiempos, durante la semana que terminó ayer hubo sólo cuatro festejos taurinos en todo el territorio mexicano. Ignacio Garibay salió en hombros, el sábado, de la placita de San Juan del Río, Querétaro, luego de cortar tres orejas alternando con José María Luévano y Eulalio López El Zotoluco.

El propio sábado, la monumental de Mérida dio una corrida nocturna con el rejoneador de Tixzcocob, Fernández Madera (que nunca revela su nombre de pila), Rodolfo Rodríguez El Pana, Guillermo Capetillo y el niño Michelito Lagravere. A pesar del horario, pensado en función del calor, muy poca gente asistió y el resultado fue decepcionante.

Y mientras Gastón Santos, El Zotoluco, Rafael Ortega y Juan Chávez alternaban en Cuautitlán Izcalli, en la plaza México, antes de la sexta novillada del verano 2008, en que actuaron Alfonso Mateos, Jorge Sotelo y Jorge Reyna El Piti, hubo un doble homenaje luctuoso en memoria del ganadero Teófilo Gómez y del comentarista Addiel Bolio, fallecidos días atrás.