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domingo, 17 de mayo de 2009

El toreo y el toro en Jerez

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Dice Álvaro Cuvillo que lo de hoy en Jerez es el toreo y es el toro. Que se alegra hasta de echar uno manso. No echárselo a cualquiera, echárselo a José Tomás. Algo así como que engrandece aún más al torero sin importarle que algún día no quepa en su casa de Estepona. Si no, lo de esta tarde ahí queda para el que lo quiera ver. Como quedó lo de Valencia y lo de Málaga.

Hace justo un año y trece días, José Tomás estuvo muy cerca de perder la vida en esta misma plaza. Hoy volvió a ella con la cicatriz de recuerdo que le cruza el cuello, la mente limpia y el corazón sereno porque para ponerse donde lo ha hecho y estar como ha estado José Tomás con el manso quinto de cuvillo hay que ser amnésico perdido. Igual que lo son los toros buenos y bravos como el segundo, que a cada envite olvidan que han perdido el anterior para seguir la muleta sin resuello.

En los medios de la plaza se citaron en Jerez el toro y el toreo. ¿El toro? ¡Cómo era el toro!. Una maquina de embestir derecho. Idílico. El saludo rondeño y mecido rodilla en tierra a la verónica, sólo hizo que testar lo que el cuvillo prometía por fuera. Lució José Tomás al colorado ojo de perdiz en el caballo, lo puso largo y lo administró después con criterio.

Se barruntaba el lío que luego fue. Todo al natural salvo una serie última con la espada de verdad montando la muleta a derechas. Así lo quiso José, que se pegó el gustazo de cuajar un toro con la izquierda en Jerez. No le pudo obligar por abajo, pero el toro cuajado quedó. Ayudándole al principio y transportándolo toreado y largo después en series de seis y siete. Honda armonía, pureza, encaje y naturalidad. El toreo. Sin academicismos ni amaneramientos.

Le regañaron por coger la espada, pero Tomás - que a poco lo hubiera indultado- no se dio coba y se fue derecho detrás de ella pese a clavar defectuoso. La vuelta al ruedo bien pagó al deslumbrante toro, que hasta por el rabo embistió.

El quinto fue el antónimo del segundo. Poco agraciado y manso. Abanto de salida, no paró quieto. Como alma que lleva el diablo huía el toro sin tomar en serio los capotes que se le cruzaban por medio. No insistió José Tomás, que a conciencia lo picó de menos. El de Galapagar presentó siempre sincero el pecho y la muleta. El de Cuvillo iba y venía sin entregarse, nunca metido en el engaño, pero con transmisión y evidente sensación de riesgo.

José Tomás ni se inmutó en unas primeras series de un toma y daca consciente, asumido el peligro. Fue fijando al toro Tomás y se terminó haciendo con la embestida e interesando al animal por el mismo pedazo de tela que hace diez minutos despreciaba. ¿Milagro?. Si, el del toreo. ¡Torero, torero!, gritaba la marabunta cuando rodó el de El Grullo.

El Cid cortó dos orejas a un lote de cuatro largas. El tercero fue toro bueno de verdad, con calidad y recorrido que recibió muy buen trato de parte de El Boni, perdiendo muchos pasos como acostumbra, ahorrando capotazos y ayudando a que el animal rompiera. Banderilleó cumbre El Alcalareño y le tocaron la música.

Llegó a la muleta el toro embistiendo con alegría y repitiendo incansable, con celo, nobleza y motor. La faena de El Cid desmereció. Mucha intermitencia y desacople. Ligereza también. El trasteo fue cayendo hasta difuminarse. Fue ovacionado con justicia el toro. Al limbo el cuvillo.

El sexto fue otro gran toro. Este último tuvo mucha calidad, clase y repetición y esta vez sí pudo agarrar el triunfo el torero que ligó con temple y compostura sobre la mano derecha, puso más fe, apretó al toro al final y le exprimió hasta conseguir el triunfo, abrochado de una buena estocada.

Juan José Padilla se dio un respiro en su tierra con una de Cuvillo en el cartel estrella. Para él no fue ninguno de los premios gordos del encierro aunque sí alguna aproximación. Sorteó en primer lugar un toro bondadoso y flojo, al que tardó en cogerle el aire, y cuando lo consiguió fue avanzada la faena en una serie intensa pero algo tosca para la suavidad que requería la frágil condición del toro. Todo fue a menos, también el toro, y el jerezano fue ovacionado.

Al cuarto le cortó una oreja, toro bajo y de buenas hechuras aunque el más terciado del encierro, que resultó noble y manejable pese a faltarle la raza. El jerezano se resistió en un principio a banderillearlo, no por chungo sino por todo lo contrario. Terminó haciéndolo a petición popular y con la muleta se metió encima del toro a las primeras de cambio, atacando por demás a un animal que acabó apagando todavía más el propio torero. Mató de buena estocada. Oreja demasiado paisana.