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lunes, 19 de enero de 2009

José Tomás: 'En México hice mi carrera de novillero y debo mucho a esta afición'


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El diestro José Tomás no pudo ocultar ayer domingo su felicidad tras volver a conquistar La México, cortando una oreja a cada uno de sus toros y saliendo a hombros del Embudo de Insurgentes. Reticente siempre a conceder entrevistas, el de Galapagar sí que habló escuetamente con la agencia de noticias del Estado Mexicano, Notimex.

En concreto, José Tomás manifestaba estar "muy contento y satisfecho porque nuevamente salí a hombros de esta plaza" y no se cerraba las puertas a un posible regreso a La México este año porque "yo estoy listo y feliz de estar y torear. Saben que aquí hice prácticamente mi carrera como novillero y le debo mucho a la afición de este país", sentenciaba a este medio de comunicación.

José Tomás, el único, corta dos orejas y sale a hombros en la Plaza México


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La plaza México registró un entradón, no cabía un alfiler en numerado. Todo por ver a Jose Tomás, el torero que hoy por hoy mueve masas. Desgraciadamente, los toros de Teófilo Gómez cumplieron con las expectativas, es decir, salieron muy malos.

Se salvaron de la quema el noble y bobo primero y el tercero, que quizá no fue aprovechado cabalmente por Macías. Ese torito llamado "Mi Querido Amigo" (¿a quién se le ocurren nombres tan cursis y poco taurinos?) tuvo una pizca de bravura y mucha nobleza. Ojalá le hubiera tocado en el sorteo al de Galapagar.

Sin embargo, el milagroso José Tomás está más allá de la suerte y más allá de querer toros a modo. Esta gran figura del toreo hace maravillas con lo que le salga por chiqueros. Con el segundo de la tarde toreó muy bien a la verónica sin importarle el vendaval y remató con una media larga antológica. Macías instrumentó un quite por gaoneras muy aplaudidas aun sabiendo que el bicho tenía las embestidas contadas.

El de Teófilo era muy blando, volteaba contrario, se quedaba, derrotaba, etc. ¡Aquí no pasa nada! dijo José Tomás, y le pegó unos estatuarios asombrosos para iniciar la faena de muleta; ahí la gente rugió en los olés. Continuó toreando al natural sin poder lucir por las condiciones del astado. Pero, vinieron los trincherazos suaves y mandones, los cambiados por la espalda en distancias inverósimiles y las manoletinas.

En una de esas el toro se lo echó a los lomos sólo para ver como este majestuoso espada volvía a la cara para pegarle otras manoletinas más ceñidas todavía. Es formidable ver -como dice Antonio Lorca- a José Tomás templar y mandar en esos pases tan anodinos en otros toreros. El señor Román Martín montó la espada y se fue por derecho para cobrar una estocada con el sello de la casa. La oreja fue indiscutible.

Su segundo fue un toro huidizo al que pasó con un piquetito. Lo brindó al cónclave y ahí vimos el poder tremendo del más grande de estos tiempos. El toro se quedaba y le buscaba una y otra vez, llegando incluso a cogerlo de fea manera al pegar un natural. José Tomás no se movía, sólo templaba con esa muñeca prodigiosa. Esa labor de entrega y conocimiento tuvo como resultado largas tandas de derechazos enormes, recompensados con el ¡Olé! más profundo que pueden tributar más de treinta mil gargantas en la Plaza México.

La gente aplaudía de pie y le gritaba ¡Torero! a su ídolo. Con el ambiente al rojo vivo José Tomás montó la espada y se tiró sobre el morrillo para cobrar una media que Lagartijo hubiera celebrado. Vino la segunda oreja de la tarde pedida por unanimidad.

Los aficionados recordarán por mucho tiempo la cátedra tomasista, ese torear en un palmo y esos toques finísimos y suaves para, aguantando horrores, sacar muletazos hondísimos de donde no los había.

Aquí hago un paréntesis para establecer una gran diferencia entre el Monstruo de Galapagar y todos los otros toreros cuando se tiran a matar. He leído que el gran Rafael Molina, el primer Califa de Córdoba, cuando ya estaba entrado en años, se aliviaba dando pasitos atrás al perfilarse. Decía Lagartijo que esa era su "melesina" (medicina) y que se la tenía que aplicar para poder estoquear con cierta ventaja. Pues bien, José Tomás se perfila y da todavía pasos para adelante, no como sus alternantes de hoy, quienes son más bien de la secta lagartijera.

Hablemos ahora de Arturo Macías. Sus dos trasteos se basaron en el valor y en su capacidad de conectar con el tendido. En su primer enemigo hubo muletazos sueltos de muchos quilates, sobre todo con la zocata. Nos quedamos con un cambio de manos por delante y los forzados largos y templados.

En el quinto instrumentó un quite por tafalleras muy encomiable, llegando a pegar una en redondo, cosa que yo no había visto nunca. Brindó a José Tomás y se pegó un arrimón meritorio. Al tirarse a por uvas salió encunado de manera espeluznante, lo que provocó que la gente pidiera la oreja. Cierto sector del público no comulgó con la decisión del juez y le pitó el trofeo. ¿Será porque las comparaciones son odiosas y una cosa es el teatro y otra el toreo? ¡Vaya a saber!

El Payo estuvo muy bien. Lástima que no sabe matar. Si no hubiera cortado una oreja del primero. A este animal (que llevaba el patético nombre de ¿Puedo Opinar?) lo toreó con el capote por gaoneras. A continuación le pegó dos enormes pases cambiados por la espalda en los meros medios. Toreó al natural con la mano muy baja y casi sin enmendar, entusiasmando a todos los parroquianos. La faena se prolongó más de la cuenta y a la hora buena Octavio pinchó y pinchó. Ni modo, todo quedó en una salida al tercio para este buen torero.

Cerró plaza un animal rabicano y muy incierto. Un crucigrama que sólo estaba a la altura de coletudos más experimentados, y aun así quién sabe, pues el torillo no tenía un pelo de tonto y tampoco tenía casta buena. Lo mejor fue el quite por alicantinas extremadamente sentidas y muy emocionantes. El Payo inició la faena muleteril con derechazos de rodillas y ahí se acabó todo. Volvió a estar mal con la toledana y sólo quedaron en el coso los cabales que aplaudieron a José Tomás en su vuelta al ruedo a hombros.

Termino la crónica recordando lo que decían el otro día sobre Jan Van Eyck, el figurón de la pintura holandesa del siglo quince, hablaban de "Lo brillante de su técnica y lo brilante de su mente." Eso y más es José Tomás, y cuando torea nos regala un arte que supera -como debe ser- a la realidad.

Avance México: Grandes faenas de José Tomás y Arturo Macías, hasta ahora

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El diestro mexicano Octavio García 'El Payo' ha confirmado su alternativa en la Plaza México de manos de José Tomás y en presencia de su compatriota Arturo Macías con un toro muy noble, aunque justo de fuerza (también de presencia) y a menos de la ganadería de Teófilo Gómez en una tarde donde la plaza ha registrado dos tercios de entrada, acabando el papel en el tendido numerado.

El Payo ha dejado una grata impresión en ese animal de la ceremonia, aprovechando la boyantía, suavidad y clase del toro sobre todo en los dos primeros tercios y mitad de faena de muleta para cuajar, además de un despacioso quite por gaoneras, una faena con la virtud principal del temple que intercaló pasajes de buen toreo llegando los olés al tendido.

Sin embargo, al tiempo que el toro perdía fuelle y tranco, también lo hizo la faena del torero de Querétaro que se afanó y alargó en demasía el trasteo. Con la espada no lo vio claro y todo se enfrió.

José Tomás sorteó un segundo toro, Moralejo de nombre, que no fue tan claro como el de la confirmación de El Payo. Quitó Tomás por ajustadas chicuelinas a las que respondió Macías con un gran y estático quite por gaoneras. La faena de muleta la inició el de Galapagar con una serie de pases por alto sin enmendarse que volvieron a arrancar los olés entre el público mexicano.

El toro, sin clase ni fuerza ni tampoco vocación de embestir, obligó al madrileño a pisarle sus terrenos para conseguir así extraer los muletazos que no pudieron salir limpios tampocos. Aguantó alguna colada, en un trasteo donde el torero trató de abundar en los remates ya que tampoco el animal de Teófilo permitió nunca el toreo fundamental.

Faena esforzada y expuesta de José Tomás que abrochó por manoletinas en las que acortó distancias hasta el punto de echarse casi encima del toro y resultar volteado. Por fortuna, no caló en el cuerpo del torero, que continuó instrumentando manoletinas seguidas con mucha más emoción que las anteriores por parte del público y rematada con una estocada que hizo guardia. Pese a ello, le fue concedida la oreja por su sincera actuación.

El cuarto no pareció mejor, al menos de primeras, que el anterior. Un animal que se tragaba el primer muletazo pero que protestaba, medía y al que le costaba culminar las series. José Tomás, de nuevo con las premisas de un valor sincero y sereno, fue poco a poco metiéndose con el toro llegando a ser volteado de nuevo, también sin consecuencias.

A partir de ahí, ganó la partida al toro Tomás y la faena subió y subió sobre la mano derecha en series de gran toreo por ese pitón con el toro cada vez más entregado a la superioridad del de Galapagar.

Series intensas, coreadas con rotundos olés, se sucedían conduciendo Tomás la embestida y cuajando muletazos de gran temple, belleza, ritmo y hondura. Con el triunfo en la mano, José Tomás dejó una casi entera trasera que fue suficiente. Oreja, que pareció corto premio, y Puerta Grande para José Tomás.

Arturo Macías se las vio con un tercer toro, de nombre Mi querido amigo, al que fue haciendo hasta cuajarle una espectacular serie al natural, enganchando suavemente al toro y tirando de él en templados y plásticos muletazos que provocaron el delirio apareciendo los sombreros en el ruedo.

A partir de ahí, ya de mitad de faena hacia delante, siguió insitiendo Macías en la mano izquierda cerrando cada vez más al toro y logrando buenos muletazos que mantuvieron la intensidad de una faena de menos a más donde logró torear casi a cámara lenta.

Cambió a final de faena al derecho en otra gran serie, de lo mejor del festejo. Concluyó por bernadinas ajustadísimas que pusieron a la plaza de pie levantando un auténtico alboroto. Gran faena de Macías, no rubricada con la espada donde pinchó dos veces antes de dejar la estocada