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jueves, 18 de septiembre de 2008

AQUEL 23 DE MARZO EN LA MALAGUETA

A DIOS PONGO POR TESTIGO


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A dios pongo por testigo. Y dios, en minúscula pero con todas sus consonantes; un dios masculino y singular, de carne mortal y trazado inmortal, descendió de su paraíso profano a La Glorieta, donde un torero nuevo vestido de comunión lo puso por testigo.
Como una procesión de Corpus, blanco y plata, precioso, era el vestido del toricantano. Blanco como una página por escribir, aunque le falló la caligrafía. Acusó quizá el exceso de equipaje en la recámara de la tinta, los enormes caracteres de los dos nombres que enmarcaban el suyo. Que dios es dios, aunque sea con minúscula.

Además dios, que ayer bendijo con la izquierda, no vino solo. La maestría, que debería escribir en mayúsculas, se enfundó en el verde de una botella que nunca naufraga, que siempre llega a la orilla para destapar en su vientre oscuro las normas del toreo antiguo.

El Fundi, qué torerazo. Vestido de botella espumosa, esparció la alegría del toreo caro igual que se derrama el cava por el vidrio en el vuelo de la celebración. Escribió sobre una pizarra de albero dos lecciones magistrales. La primera, erigida sobre la nada, la rubricó con un pulso a cara de perro con el manso. O te mato, o me matas. En la puerta de chiqueros. Con dos pelés.

Después, dios descendió a lo terreno, o los tendidos subieron al más allá del más allá si es que existe.

Quien diga que José Tomás no sabe torear es bobo. Bobo sin paliativos. Aunque bien mirado José Tomás no sabe torear porque lo suyo es otra cosa. José Tomás es una religión en sí mismo, la peregrinación de los aficionados, que volverían a sus casas tejiendo rosarios de luces rojas por las carreteras de España.

Es la ofrenda de las entrañas, el dios de un cielo vertical sin sindicatos, porque no quedan obreros de lo imposible que profesen las verdades. Yo creo en su reino circular, en el dogma de sus muslos y sus riñones.

Ayer metió en danza al tiempo y lo atrapó en su capote, por mucho que los del Pilar sí quisieran ser franceses. Y toreró con la tripa, ofreciendo el ombligo como epicentro del mundo. Desparramó milagros con la izquierda y su faena supo a menta (gracias, Víctor) y a pan recién horneado de bollo preñao, por el mandamiento de la caridad de un vecino de apreturas.

Yo creo en su catecismo y en su misterio. A Dios, con mayúsculas, pongo por testigo.

EN LA IZQUIERDA DE JOSÉ TOMÁS NO HA LLEGADO LA CRISIS


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No cabía un alma en La Glorieta. A empellones se precipitaba la gente por los vomitorios buscando su localidad. No se ha conocido una tarde así en toda la feria. Estaba la gente al husmo de hallar una entrada desde por la mañana. El motivo: toreaba José Tomás en la machadiana «Castilla varonil, adusta tierra». Y allí se presentó un torero macho con un toreo que cotizó al alza en la bolsa de la Fiesta. Naturales como los que ayer edificó José Tomás al quinto no hay seísmo que los derrumbe. A la inmensa izquierda de José Tomás no ha llegado la crisis, ni neoyorquina ni española. ¡Qué manera de torear al quinto! A izquierdas se plantó sin dilaciones frente a un toro de El Pilar de exigente comportamiento y con más pitones que ninguno de los lidiados. No era fácil, pues reponía, pero lo sometió. Fue a la tercera serie cuando explosionó la obra. Fantástica, aunque no por ser de otra galaxia, porque aquello era terrenal. Otra más, enganchándolo por delante, ligado, reunido, profundo. Sencillamente puro en un mundo de excesivas alharacas. Colosal el cambio de mano y majestuoso el de pecho. Pasó a la derecha y arrastró los flecos, pero «Buscagua» se quedaba más corto. Otra vez la zurda resplandeciente, con la verdad al descubierto. Los riñones hundidos, la plaza rota. «¡Ése es el toreo!», exclamó un aficionado. La obra era de triunfo grande, pero pinchó; la oreja fue incontestable. También por el acero la recompensa fue de un trofeo con el manso tercero, que no tuvo clase en el capote. En su encuentro con el caballo se partieron las tablas ante el susto de la gente. El corazón se aceleró más cuando el de Galapagar se ciñó por gaoneras milimétrico, en réplica al quite de la tarde previa de Perera. El toro punteaba, pero tuvo mejor son que sus dos hermanos anteriores. A derechas arrancó José Tomás, que resbaló en el arcilloso ruedo. En redondo, reunido y ligado, se elevó la temperatura en la tercera tanda. Rotó como un compás en la siguiente, con un excelso cambio de mano. Bordó siempre los de pecho. Probó a izquierdas, pero el toro iba peor y cogió de nuevo la diestra, esta vez a pies juntos, valentísimo. Las manoletinas finales pusieron el colofón. Se tiró a matar o morir y dejó una estocada hasta los gavilanes, aunque un punto tendida. Precisó de un solo descabello y se redujo el premio a una oreja. José Luis Suárez-Guanes, sabio de la Fiesta y el toreo, decía que era de dos.
Una oreja conquistó El Fundi por una meritísima faena al incierto cuarto, que tuvo muchos pies en banderillas y puso en apuros al veterano matador. Evidenció su correa forjada en mil batallas y dejó series importantes, especialmente una de derechazos excelentes, con la muleta presta y dispuesta, y un circular extralargo. El anterior, manso, rajado y pegando tornillazos, tampoco se lo puso fácil -como la mayoría de la corrida- y optó por abreviar.
Alberto Revesado tendrá el recuerdo de una foto de alternativa con dos maestros, El Fundi y José Tomás, al que a hombros se llevaron por la puerta grande en olor de multitud