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lunes, 25 de agosto de 2008

Tomás y Perera levantan con raza una tarde de toros sin ella en Cuenca


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La cita era en Cuenca. Era la primera vez que se veían las caras dos toreros con tauromaquias tan similares y tan distantes a la vez. Convergentes, más bien. La expectación por las nubes hacía presagiar una gran tarde de toros. Y toros, precisamente, fue lo que no hubo. Ni por presencia, con toros bien hechos pero excesivamente cómodos, que se dice ahora, ni por esencia.

La corrida de La Palmosilla fue desesperante. A excepción del cuarto toro, noble, con mayor alegría y repetición, el resto fue la antítesis de lo que debe ser un toro de lidia. Agarrados al piso algunos, descastados y mansotes otros, con clase pero sosería y casta borreguil alguno, no estuvo el ganado a la altura del duelo.

Sin embargo se cortaron diez orejas. No es sorprendente tampoco en una plaza que vive los toros de manera festiva y alegre. Mas las orejas no dejan de ser, como dijo en su momento el maestro Curro, meros despojos. Hubo cosas, muchas cosas en el ruedo, triunfalismo aparte. Más no hubo toros.


Lo más importante fue que hubo duelo latente entre José Tomás y Perera. No se declaró la guerra abierta, porque con los simulacros del unipuyazo en varas es difícil marcar una rivalidad en quites, por ejemplo. Pero no es menos cierto que cuando uno quiso elevar el listón el otro hizo por superarlo. Esa fue la salsa de una tarde. Y esa raza que no tuvieron los toros la pusieron los toreros.

Hasta a Finito se le vio más dispuesto que otras tardes. Como si se rebelase contra esa función de telonero que de un año a esta parte atesora tantas tardes. Pero fue una guerra distinta. En sus manos cayeron el toro bueno y el más noble y El Fino, que toreó muy bien de capa, lo hizo todo para sí, como definen ahora muchos sus actuaciones. Con series más de espejo que de querer tirar e imponerse, Finito se gustó y gustó.

Se venía el cuarto con galope y temple y Juan Serrano aprovechó para componer muy bien, para templarse mucho... y para echarlo siempre fuera. Sin llevarlo empapado casi nunca, demasiado periférico todo. Pero quiso Finito, y hasta acertó con la espada. La mejor estocada de la tarde fue la que recetó al cuarto. Un espadazo en el hoyo, que lo tumbó sin puntilla.

Pero la actuación de Finito contrastó mucho más con la de sus compañeros, porque se vieron dos tauromaquias completamente opuestas. La de citar aliviándose para acompañar y la de tocar y traérselo enganchado, la de dejarlo pasar y la de llevarlo empapado, mandado y sometido. La del por fuera como sea y la de pisar los terrenos más peliagudos. Dos formas de entender el toreo. La batalla estaba en la segunda.

No estuvo bien José Tomás con su primero. Tampoco mal. No hubo toro alguno. Salió por chiqueros un precioso toro carbonero que fue todo fachada. Preciosa estampa, nulo juego. Salió suelto del capote y del peto y buscó siempre la huída. No pudo José Tomás lancearlo de capa ni engancharlo propiamente en la muleta. Frenado, sin pasar, topando más que embistiendo, al madrileño le tocó ponerse, tocarlo, llevarlo de uno en uno y procurar que no se fuese. Esa fue la mejor receta de la faena, el tenerlo engatusado desde la primera serie. No se volvió a ir hasta que Tomás no lo dejó.

José Tomás tuvo que recurrir al arrimón para caldear el ambiente. Con cabeza y lógica, sin atropellar la razón. Sin el tremendismo que ahora dicen. Tomás se puso, tocó y trató de llevarlo. En un terreno muy comprometido, sin enganchones, apostando. Pero no había emoción posible con un animal derrotado de antemano.

Tuvo que saltar el tercero y ponerse la mecha a funcionar. No fue toro bueno tampoco. Agarrado siempre al piso, sin desplazarse ni humillar, al menos se dejó en los primeros tercios. Perera aprovechó para caldear el ambiente con la capa. Con lances a pies juntos con los que se los sacó a los medios y con un ajustado quite con el capote a la espalda. Por saltilleras y gaoneras. Muy quieto. Ahí comenzó a pararse el toro.

La faena de Perera fue demasiado larga. No había toro y Miguel Ángel se empeñó al final en prolongar demasiado el arrimón. Casi le cuesta un disgusto serio en una voltereta. Antes había echado muy bien la muleta, lo había llevado empapado en un par de series y, cuando se rajó el animal, no quedó otra que montarse encima. Literalmente, porque el toro terminó dando con la testuz en el muslo. Sin espacio físico. Por ahí hizo diabluras el extremeño. Péndulos, circulares, muletazos en rizo, algún cambio de mano y valor, mucho valor y seguridad. Todo lo puso el torero, que mató de una estocada caída fulminante y paseó otras dos orejas.

Arreado por tanto salió José Tomás en el quinto. Y a ese toro sí lo pudo torear de capa. En unos lances de salida y en un quite a pies juntos. El toro pegó un brusco cambio en la muleta. Comenzó desplazándose algo y bien, pero de pronto pegó un cambio y comenzó a orientarse y cazar moscas. Tomás se puso rápido a torear. Dando el pecho, los frentes, se lo pasó muy cerca y bajó mucho la mano. Por el pitón derecho lanzó un primer aviso el animal. Una paradita de escalofrío. No se inmutó el madrileño.

Cambió entonces a la izquierda y llegaron un manojo de naturales con mando y ligazón. Sólo que al cuarto lanzó un aviso mucho más serio. No rectificó un palmo Tomás y se lo echó a los lomos. Se vio entonces que aquello podía no tener final feliz. A la tercera no perdonó el toro. José Tomás volvió a intentar ponerse en el sitio y tirar del animal. Lo consiguió en los dos primeros muletazos de la serie, los que se tragó el toro. Al tercero volvió a cazar y esta vez sí que hizo pleno.

Sin mirarse, sin inmutarse, Tomás volvió a la cara. Como si tal, con las mismas armas, el mismo sitio y dando siempre la cara. Tesonero el madrileño, no rectificó un palmo. El toro ya estaba demasiado avisado y no todo salió limpio. Lo mató de pinchazo y estocada y tras pasear la oreja, pasó a la enfermería. Otra vez.

Perera salió más arreado todavía en el sexto. El toro era un zambombo de seiscientos y pico kilos, alto, al que le costó descolgar. Perera lo paró de nuevo de capa y también intervino en quite. No dejó pasar una. Al primer muletazo se fue el toro a la puerta de chiqueros. Allí le quiso esperar, pero acertó Perera en sacárselo a los medios. Y contra el manso, su mejor remedio: la muleta siempre puesta, el sitio preciso y los toques a tiempo. No lo dejó escapar nunca. Llegaron dos series muy buenas por el pitón derecho y otro par por el izquierdo. Con el sello de la casa, mano baja, mando y ligazón.

Se vino abajo el toro, que dejó estar en esas series, y Perera volvió a pisar los terrenos imposibles. Fue muy largo el epílogo entre los pitones. Volvió a funcionar la espada y paseó otras dos orejas.

Pese al triunfalismo, quedó la sensación de empate en el duelo por la falta de toros. El partido de vuelta, el 11 de Septiembre en Valladolid.