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martes, 28 de abril de 2009

Macías, a hombros en la segunda de feria; José Tomás, inconmesurable

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La fiesta vive! José Tomás le da aire y la hace grande, entrega el cuerpo al destino y su alma torea delante de 15 mil espectadores a dos toros que no tenían para hacer ni la “o” por lo redondo, parecería magia, pero no, ni hablamos del hechicero del nuevo siglo en el toreo, se trata de la figura más importante del mundo, quien desdeña torear en Madrid y Sevilla, quien firma la tarde grande de San Marcos y a quien no había que perderse en esta feria.

Y quién dijo que Arturo Macías no sabe torear se tragó sus palabras, la Monumental fue testigo que no solamente sonríe y se arrodilla, también corre la mano suave, largo y por abajo, las dos manos y no únicamente con derechazos y naturales. Un gallo giro llegó hasta el ruedo desde sol general con un mensaje que decía “Arturo Macías, la nueva figura de México”. Al final dos orejas con sabor a gloria le dieron la primera salida a hombros en su tierra.

Pero vamos por partes, el primer espada, Eulalio López “El Zotoluco” lo intentó y ante el primero de la tarde que brindó al respetable, lo fue llevando por la derecha y aunque lo puso en un par de ocasiones en apuros, salió avante ante el astado, que comenzó a dar medias embestidas y luego a quedarse parado, mató de estocada caída. Con el cuarto de la tarde no quería dejarse ganar la pelea y se arrodilló para recibir en tablas con dos largas cambiadas; ya con la muleta refrendó el sitio poniéndose ante el manso de Teófilo Gómez, que poco le permitía, pero al que le insistió y exprimió los pases que tenía, se entregó en la suerte suprema y logró pasaportar para cortar un apéndice.

José Tomás con capote en el segundo de la tarde obsequió verónicas a pies juntos y chicuelitas en el quite, luego de brindar a los presentes armó la muleta en diestra mano y comenzó a ligar pases, luego se comenzó a rajar el toro, pero la sapiencia del hombre fue mayor que la de la bestia, y lo fue metiendo y no sólo al astado, también a la gente que no perdía detalle de la maestría del de Galapagar, para cerrar la faena ciñó manoletinas a la faja y tras un pinchazo dejó tres cuartas partes del acero para recibir la merecida oreja. Con el quinto del festejo dio nota también con el capote, de inicio verónicas de las tablas a los medios y tapatías para llevarlo a la vara; ya con la franela intentó por todos lados con el destartalado manso al que se le puso y sobrepuso destapando los olés desde el tendido, ayudados por alto para culminar, y la espada le impidió llevarse, por lo menos, una oreja más.

El más novel del cartel, Arturo Macías, demostró que los triunfos en la México no fueron obra de la casualidad, ni de una buena, dos o tres tardes, sino de una preparación física y mental a pulso, de una continuidad en la cara de los animales y sobre todo de ese gran deseo de ser figura: lo demostró. Con su primero, el que se había enlotado en el sorteo al momento de salir de toriles, se estrelló de espantosa forma en el burladero de matadores y cayó fulminado, debió ser apuntillado y entonces salió el primer reserva, al que lanceó a la verónica y se dio un arrimón en el quite por gaoneras; en el centro del ruedo brindó al público y ahí mismo realizó dos cambiados por la espalda, luego derechazos y olés y más olés; lo mismo con la zurda, corrió la mano y pegó dosantinas que pusieron de pie a los tendidos; encontró los blandos al segundo viaje y se llevó las dos orejas, mientras los despojos del toro eran arrastrados lentamente por el ruedo. Con el que cerró plaza sorprendió su forma de iniciar el trasteo muleteril, ya que se recargó con un desenfado especial que no se sabía si quería que le pasaran al toro o qué, pero ahí junto al burladero de matadores dio tres muletazos por alto como si estuviese toreando al viento, luego todo se fue a la borda con el toro, que se rajó por completo, pero el ansia de triunfo de Arturo fue mayor y se puso enfrente para robarle, incluso a patadas, los pases; tremenda voluntad puso; dejó tres cuartos de acero y pego dos golpes de descabello para aniquilar al burel.

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